Recién bajamos del avión que nos había traído a Buenos Aires oímos la primera conversación entre argentinos:
“Pero es que yo le tengo fe al Dieguito. Había que darle la oportunidad, si no hubiese agarrado una depresión...”
Hablaban, cómo no, del trabajo como seleccionador de Diego Armando Maradona y unían dos de las pecularidades del país: el fervor futbolero y la obsesión por las patologías mentales (dicen que hay tres veces más psicólogos en Buenos Aieres que en el New York de Woody Allen)
La primera persona con la que hablamos, el jóven taxista que nos llevó al centro, también confesó su pasión por el Boca Juniors y, claro, nos vimos abocados a visitar ese templo (que no catedral) del fútbol porteño.
El camino hacia la “Bombonera” es fácil. Se toma como punto de partida la Plaza de Mayo donde se va a visitar la Casa Rosada pero, sobre todo, el monumento al orduñes Juan de Garay, fundadoe de la ciudad, y el retoño del árbol de Gernika situado junto a él Una vez allí, buscamos la calle Bolívar, la recorremos hasta llegar al parque Lezama y desde allí por la calle Irala, llegamos a la mítica Bombonera. Resumiendo Garay, Bolívar, Lezama e Irala, la que bien podría haber sido una delantera del Athletic, nos muestra el Camino.
La cancha, nada espectacular, es visitada diariamento por miles de devotos aficionados al fútbol. ¿No se visitan otros recintos donde se ofician ritos más oscuros y menos apasionantes?Resignación
Después de la visita comimos en un sencillo y recomendable restaurante junto al campo, el Don Carlos. El dueño, Carlitos, nos informó que allí suelen comer los jugadores del Boca y también Coppola cuando aparece por Buenos Aires.
En fin, una ciudad en que el fútbol se vive con pasión y en la que cuando dices que eres de Bilbao, exclaman con aire experto, ¡ah, el Atlético de Bilbao!
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